El turismo no es un derecho sino un fenómeno fuera de control

Las vacaciones fueron un derecho conquistado por los trabajadores en 1936 en Francia con el Frente Popular en el gobierno. La Declaración Universal de los Derechos Humanos recogió el derecho al “descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”. Las vacaciones son un derecho, turismo no. A veces, se confunden los conceptos.

Hasta el despegue económico occidental tras la segunda guerra mundial cuando se sentaron las bases del turismo masivo. Irse de vacaciones se ha convertido en un rito cultural cada vez más central en nuestra cultura. Desde el iniciático viaje de fin de curso hasta el “ir a la playa”, el viaje por placer está ligado a nuestra vida cotidiana. La cantidad y calidad de vacaciones son un termómetro inequívoco de estatus. Cuando vamos de vacaciones “desconectamos” y nos sentimos con derecho a disfrutar y a dejar las responsabilidades en casa. Tal vez por eso, a veces nos olvidamos de que cada viaje es un servicio y el turismo una gran industria global.

De hecho, hoy son casi mil millones los turistas internacionales. Las tendencias apuntan a que el turismo seguirá creciendo intensamente en los próximos años Sólo si cerramos los ojos o somos muy ingenuos podremos creer que ese crecimiento tan desmesurado y desordenado no acarreará fuertes impactos negativos, tanto socioeconómicos como medioambientales. Lo que es ya una de las industrias más grandes del mundo no puede quedar ajena a criterios de sostenibilidad y responsabilidad social. Si ante la comida, podemos ser consumidores críticos y conscientes ¿por qué no serlo también ante el viaje?

En nuestro país, el turismo se percibe habitualmente como un sector económico benigno gracias al intenso apoyo institucional que ha tenido desde los años sesenta. El régimen franquista, sediento de divisas y legitimidad internacional, dio el pistoletazo de salida al turismo masivo de sol y playa de bajo precio con el Spain is different.  Las llegadas de turistas no paraban de crecer y el desarrollo turístico se concentró en la costa mediterránea y las islas. Se nos vendió -y se nos vende- como la solución casi mágica a todos los problemas. La llegada de divisas y la generación de empleo  sirven para justificar un importante gasto público aparejado al turismo: promoción, limpieza, policía, infraestructuras específicas, subsidios para los trabajores fijos discontinuos,  IMSERSO…

Es frecuente que las zonas más vírgenes y bellas se vean inundadas de hormigón y cemento sin ton ni son. El propio destino turístico se devalúa así y se ve obligado a bajar los precios, mientras la industria turística se traslada a otro lugar para repetir el proceso. La realidad es que hoy en día apenas quedan lugares libres de turismo. Un buen ejemplo del mencionado proceso es Cabo Cortés en Baja California, México. Es un lugar de gran valor ecológico protegido por la UNESCO, donde la empresa constructora alicantina Hansa Urbana quiere edificar 10.000 viviendas, dos campos de golf y una marina para 490 barcos. Más cerca, en Marina de COPE, Murcia, se ha desprotegido una de las últimas zonas vírgenes de la península para construir una veintena de hoteles y 9.000 viviendas, seis campos de golf y una marina interior con una inversión de 4.000 millones de euros, todo con la complicidad política del gobierno regional.

En la República Dominicana, el sector turístico está dominado por multinacionales españolas que tienen el “todo-incluido” como modelo de explotación turística. Este modelo reserva para estas grandes hoteleras casi todos los ingresos turísticos. El transporte, el alojamiento, la comida y las excursiones, todo se empaqueta y se vende a un precio competitivo en las agencias de viaje europeas y estadounidenses. Este fenómeno restringe el desarrollo de la economía local, que únicamente se beneficia mediante trabajos poco cualificados. En ocasiones, cuando se construyen hoteles en un destino se acapara tierra, agua y electricidad con la complicidad de los políticos locales en detrimento de la población local, que es incapaz de hacer valer sus derechos. Desde Kabani, una pequeña ONG india se denuncia como en el estado de Kerala se han comprometido recursos de agua para nutrir el crecimiento de la industria hotelera.

Otro impacto negativo invisible es el transporte aéreo, imprescindible para la mayoría de las zonas turísticas. El avión es un contribuyente cada vez más importante al Calentamiento Global. Las emisiones de CO2 de los aviones tienen un impacto casi tres veces mayor que las emisiones en superficie como las de los coches. Incongruentemente, el carburante aéreo está exento de impuestos y no paga ni IVA. Sin embargo, el gobierno español se opone a cualquier tasa al transporte aéreo. De hecho, se llega incluso a subvencionar los vuelos de bajo coste para atraer visitantes. Alemania en cambio sí ha creado una tasa aérea. Mientras esto sucede, el transporte más sostenible -tren y bus- paga sus impuestos y acaban saliendo mucho más caros.

El turismo masivo e intensivo genera dependencias que dejan a los países expuestos a las crisis internacionales ya que el turismo es muy sensible a las crisis e incertidumbres. Por poner un par de ejemplos recientes, Túnez y Egipto han visto como una movilización popular ha espantado a los turistas y ha dejado en una profunda crisis a una de sus industrias más prósperas.

Como turistas no podemos cambiar todo, pero sí podemos empezar a fijarnos en qué empresas turísticas actúan de forma más responsable y son más sensibles a los problemas sociales y ambientales. Si no somos concientes de a dónde va nuestro dinero podemos convertirnos en cómplices de situaciones que no aprobamos. Si no somos ajenos a la realidad que nos rodea, seguramente también nuestras vacaciones serán más ricas y llenas.

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